Es argentina y se instaló en la India para enseñarles oficios a los chicos
Fue una decisión fuerte pero necesaria. A estos niños no se les permitía acceder a una educación. Fue un impulso del corazón”, afirma Jesumiel Barra, fundadora del Hogar Hijos de la Luz, una casa escuela ubicada en la ciudad de Varanasi, la India. Tanto ella como sus alumnos, se han convertido en los protagonistas del documental Dreamflow, que se encuentra en plena campaña de crowfounding para poder terminar de realizarse.
Pero, ¿cómo es que una argentina de 40 años que se crio en el barrio de San Fernando, al norte de la provincia de Buenos Aires, terminó viviendo en este lejano país? Jesumiel, siempre se sintió muy atraída por la música y los instrumentos. Durante su adolescencia descubre el sitar, emblemático instrumento indio de cuerdas. “En ese momento me sentí muy intrigada por la cultura del país”, cuenta Jesumiel, quien en 1999 viaja por primera vez a Varanasi para estudiar la música clásica india con un profesor particular. A partir de entonces, todos los años se establecía unos meses allí, hasta que en 2007 fallece su profesor.
En 2011 decide trabajar como voluntaria en la Congregación Madre Teresa de Calcuta de esa misma ciudad, a la que iba caminando desde su departamento, bordeando el Río Ganges. A las orillas de este veía como muchas madres mandaban durante todo el día a mendigar a sus hijos, quienes eran rechazados de las escuelas por ser de castas bajas.
“Los chicos mendigos son muy maltratados. Los comerciantes les pegan con palos cuando entran a sus locales. Sus propias madres los maltratan si no juntan todos los días un mínimo de 50 rupias. Así y todo, son muy curiosos y siempre andan con una sonrisa”, remarca Jesumiel. Fue entonces que decidió comenzar su propia escuela callejera. Todos los días a las 11 se sentaba debajo de un árbol durante varias horas a darles clases a estos niños que no sabían leer, escribir o siquiera usar un lápiz. Ese fue el puntapié para crear el Hogar Hijos de la Luz.
Jesumiel incentivaba a los chicos a asistir a clases a través de premios, bañándolos en el río, regalándoles ropa o comida. Pero en esos gestos, descubría las condiciones en las que vivían. Jesu, como la llaman los niños, recuerda: “Algunos no se bañaban hace tanto tiempo que tenían enfermedades en la piel o directamente no podían despegarse la ropa del cuerpo. Uno de los chicos escondía su propio plato de fideos para dárselo a la madre, sacrificaba la única comida del día”.
Luego de unas semanas, los chicos estaban cada vez más entusiasmados. Por el contrario, sus madres no estaban contentas, ya que, como los chicos iban en la escuela callejera en vez de estar mendigando, no ganaban plata. Entonces, Jesumiel decidió enseñarles distintos oficios, para que pudieran vender las artesanías que fabricaban, como collares y bolsos. Tuvieron tanto éxito, que las madres quisieron aprender también y actualmente hacen una feria callejera que crece cada año.
Actualmente, alquilan un pequeño establecimiento donde funciona la casa escuela. Allí vive ella, con algunos voluntarios y alumnos. También reciben a niños y otros adolescentes de la ciudad, que van a comer, bañarse, lavar su ropa, dormir y aprender oficios. Para su orgullo, varios de sus primeros alumnos y sus familias lograron ser autosuficientes, ya que con la venta de artesanías pueden alquilarse habitaciones con luz, baño y agua corriente.
“Logramos que vayan de la calle al oficio y del oficio al hogar. Los vemos más felices, porque trabajar los dignifica”, concluye Jesumiel.
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